Sky Bacon: El triunfo del spanglish

23 de febrero de 2010


Me dice Rocío hace dos semanas: ¿Por qué no te haces un reportaje sobre el nivel de idiomas que tienen en Granada? Seguro que no saben ni torta, y estamos en una ciudad turística. Vale. Respondí. Inglés y reportaje. Algo así como el vasto infinito.

Dos semanas después y gracias a gente como Blanca Espigares Rooney, que me puso sobre la pista del incomparable grupo en Facebook llamado algo así como 'Ponga un Sky Bacon en su vida', pude comenzar a arrancar un reportaje que me llevó a cotas de picaresca dignas del Lazarillo pasadas por filtros más actuales como el humor del desaparecido Luis Carandell y del mismísimo Berlanga.

También tengo que agradecer a La Cobo por la historia de 'Doña Ca' y también a Ana por no mostrar duda alguna sobre cuál era el título que tenía que poner de todos los que me explotaban en la cabeza.


Al final, dos semanas después, retazo a retazo, ratillo a ratillo, salen recogidas media docena de historias inverosímiles algunas, aventureras otras, que son las mejores que encontré de unas cuantas decenas de ellas. Porque sí, porque para encontrar buenas historias hay que entrevistar a mucha gente y seleccionar los mejores testimonios, los que mejor pueden reflejar el tema y, por qué no, los más divertidos. No vaya a ser que en el deber de informar y de hacer un periódico se nos olvide que también tenemos que entreter a la gente.

Espero que os guste tanto, tanto, tanto, como a mí me ha gustado escuchar las respuestas, las historias de los personajes entrevistados y como me ha gustado (y costado) escribirlo. ¡Casi tres días!

No puedo dejar de subrayar el talento del Fito Santos quien, simplemente, se sale con el diseño de esta doble página; y agradecer a Rocío que me proponga escribir y trabajar de esta forma.


«Y de postre... me pone un sky bacon»

El escaso dominio de idiomas en Granada deriva en mil y un ingenios para comunicarse con los turistas

El ‘spanglish’, el uso intensivo de los gestos, el chapurreo de frases escogidas y traducciones inverosímiles se generalizan por el desconocimiento de las lenguas extranjeras

J. F. BARRERA. GRANADA
Para empezar, sería ‘heaven´s bacon’. Pero no deja de ser una idea descalabrada traducir literalmente tocino de cielo por ‘sky bacon’, de ‘sky’ que significa cielo y de ‘bacon’ que quiere decir tocino. ‘Heaven’ se reserva para el cielo del Cristianismo y el del celebérrimo y sabroso postre español. Vamos, que no han dado una.

Este postre se ofrece en la carta de una amplia cafetería que hay junto al Ayuntamiento de Granada y que atesora perlas dignas de aquella Celtiberia Show con la que Luis Carandell supo retratar la España más cañí, que también vive en Granada. Entre ellas destaca el rape, traducido, tal cual, como un ‘afeitado rápido’ o ‘quick shave’. Alguno tiene que haber flipado.


Nunca está del todo bien convertir la anécdota en categoría, pero el nivel de inglés o francés (o alemán, pongamos) en una ciudad turística y cultural como Granada es bastante bajo. Las administraciones y las asociaciones profesionales tratan de remediarlo y espolvorean el calendario con cursos de inglés para taxistas o claveleras (este segundo debió ser mítico) o de ruso para trabajadores del sector turístico, inaugurado ayer mismo en la Universiad de Granada. Pese a las cartas y menús en varios idiomas, la formación es cuando menos deficiente. Una ronda por los bares, cafeterías y lugares turísticos de la ciudad son la mejor medida de su poco éxito.

Pasen y pidan

Comienza el test, que aquí pega el anglicismo. El camarero, al ser preguntado, dice que «solo hablo español y además lo hablo muy mal». Mientras responde se ríe de forma nerviosa, como si fuera un interrogatorio de un inspector de Hacienda. Para calmarse, el camarero prefiere pasar la bola al encargado, «que está de vacaciones y vuelve la semana que viene», mientras no deja de gesticular para acompañar su mensaje.

En el exterior, la carta en la que se lee el postre ‘sky bacon’ brilla cual excelso golpe de humor mientras que las ‘trufas al brandy’ traducidas como ‘trufas (en vez de ‘truffles’ to the Brandy’), dejan paso a unas natillas a las que no encuentran traducción alguna. Esto deja ya de ser de Carandell para convertirse en humor de Berlanga.


«En Granada, de idiomas, tenemos mucho que mejorar», ratifica la directora en funciones del Palacio de Congresos y Exposiciones de Granada, Eva Fernández. «No es normal que en restaurantes de cierto nivel de la ciudad solo se hable español y no se ofrezca un servicio acorde con la calidad del establecimiento», apunta para añadir que en el caso de los hoteles «la cosa cambia, porque hoy en día, para trabajar en la recepción las cadenas hoteleras exigen saber inglés».

¿Y ella? Eva Fernández dice que «con el inglés me peleo, quiero decir que entiendo bastante escrito, un poco menos cuando me hablan (con cariño), y consigo coger la idea de lo que me dicen cuando me habla un americano con prisas. Pero no hay que preocuparse, el personal comercial del Palacio de Congresos habla con mucha fluidez inglés y francés, hay una compañera que habla árabe y otra alemán».

Es importante que los representantes públicos dominen al menos una lengua extranjera. El propio presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero lo sufrió en sus carnes por no hablar inglés. En su intervención de principios de febrero en un importante foro estadounidense –el ‘National Prayer Breakfast’ (Desayuno Nacional de Oración), presidido por Barack Obama– solo pudo aprovechar la mitad del tiempo de su intervención para colocar su mensaje. Cuando el tiempo es oro, Rodríguez Zapatero pasó la mitad de su tiempo esperando a que el traductor tradujera sus palabras al inglés.


No le sucede lo mismo al rector de la Universidad de Granada. Francisco González Lodeiro domina «perfectamente» el francés y también sabe inglés. Son los dos idiomas con los que se comunica y los que entiende cuando debe atender tanto a investigadores como a cargos universitarios de otros países que visitan la Universidad, así como cuando viaja a otros países como máximo representante de la institución universitaria. Además, para algunas de sus investigaciones y tareas científicas también ha utilizado o ha tenido que traducir trabajos en alguna otra lengua.


El ejemplo de ‘Doña Ca’

«This is more baroque, lady», indica suave con un gesto de su mano el estilo más recargado de una pulsera en la que una turista de parla inglesa ha fijado sus ojos. ‘Doña Ca’, 83 años y todos ellos junto a la tienda de recuerdos frente al Palacio de Carlos V en la Alhambra, «salvo los que salí al extranjero a aprender idiomas», te vende ‘souvenirs’ en alemán, en francés y en inglés y si me levanto bien y pongo el oído, «también en italiano».

Carmen Ruiz Linares, ‘Doña Ca’, prosigue la venta. Esta vez advierte a la mujer que no, que aquí ni se hacen rebajas ni se regatea: «Sorry, we don´t made reductions», dice elegantemente. ‘Doña Ca’ y sus tres hermanas llevan esta tienda en la sangre desde hace generaciones. El negocio lo fundaron sus abuelos allá en 1882 y funciona de rechupete. Entre otras cosas, porque le pegan a cuatro idiomas «y así el turista se siente más cómodo y compra más».

‘Doña Ca’ convirtió el aprendizaje de idiomas en su aventura personal. Primero, el inglés. «Un extranjero que pasó por aquí se ofreció a darme clases en casa, como profesor particular. Era un hippy, pero era un hippy muy culto y elegante».

En efecto, cuando ‘Doña Ca’ cogió su primer avión rumbo a Londres contaba 25 primaveras y el país se preparaba para la coronación de Isabel II.Era 1952. Su estancia se prolongó durante nueve meses. Entre otras cosas «porque el profe particular que en España era un un poco hippy en Londres era el hijo de un embajador y me enseñó Londres y me invitó a los mejores sitios de la ciudad». «En aquella época todos me trataban estupendamente. No estaban acostumbrados a que una mujer viajara sola, y mucho menos que fuera española», recuerda al frente del mostrador.


‘Doña Ca’ repitió más veces su modelo de aprender idiomas, con igual éxito. «Fui a Francia «hasta doce veces, y a unos clientes que me pareció que hablaban alemán, aquí en la tienda, les pregunté por si conocían alguna familia que me pudiera acoger una temporada mientras yo aprendía su idioma». Su sorpresa fue cuando le respondieron:«¡Nosotros mismos!».

Y ‘Doña Ca’ se fue con ellos. «Él era un pastor protestante, casado y con hijos. Le pregunté si había por la zona misa católica... y cada domingo me llevaron a misa y la escucharon conmigo», se ríe cómplice de unos tiempos que forjaron su vida, longeva, plena y saludable. «Eso es porque vengo todos los días a trabajar, y porque luego, por la tarde, me voy con mis amigas a pasear y me tomo mi cerveza», muestra orgullosa su rutina diaria para terminar:

«Sigo viajando, ¿eh? El último, a Finlandia». Habrá que imaginarse, entonces, a esta flor de la Alhambra con acento granaíno deambulando por el Círculo Polar Ártico, «que es muy pero que muy bonito», y sigue a lo suyo, tras el mostrador.


La vieja escuela
La vieja escuela refiere a toda una generación de españoles que no hablan inglés. Un buen ejemplo son los presidentes del Gobierno españoles, que ni uno solo lo hablaba. Esta situación tiene su fotocopia en Granada, donde las cuatro máximas autoridades siguen el patrón. Ni Antonio Cruz, subdelegado del Gobierno; Jesús Huertas, delegado del Gobierno de la Junta; Antonio Martínez Caler, presidente de la Diputación o José Torres Hurtado, alcalde de Granada podrían haber intervenido en el Desayuno Nacional de Oración presidido por Barack Obama sin un traductor.

La vieja escuela, parece que va camino de su segunda generación. Antonio Cruz, subdelegado del Gobierno es el paladín de la clásica educación de la vieja escuela y le pega al francés, idioma que estudió en sus años mozos. Sin embargo, su mujer habla perfectamente inglés, que se ha preocupado de estudiar, por lo que cuando salen fuera de España, entre los dos y con los dos idiomas no encuentran problema alguno.

Sigue la ronda, Jesús Huertas, delegado del Gobierno de la Junta de Andalucía, habla el francés con fluidez, porque es el idioma que estudió en la escuela. Del inglés mantiene que se defiende en lo básico. Antonio Martínez Caler, presidente de la Diputación de Granada cuenta que escribe y lee muy bien el inglés, pero que su expresión oral es de nivel medio, ya que no tiene soltura. El idioma francés lo tiene adquirido al revés, ya que fue emigrante. Es decir, lo habla de corrido pero apenas lo lee o lo escribe.

Falta el alcalde de Granada, José Torres Hurtado, el último de la clase, ya que en el Ayuntamiento informan que no se le conoce que hable inglés o francés.


Seis peniques, cinco idiomas

Meli parece que tiene superpoderes. No solamente convence en la calle a los turistas de las excelencias de su restaurante para que se sienten y las prueben sino que además lo hace en seis idiomas distintos. Y más todavía. Adivina de qué nacionalidad son y cuando les intercepta en la calle les habla directamente en su idioma «y acierto como el noventa por ciento de las veces», revela esta bruja de los idiomas.

Meli, como le conoce todo quisqui, se llama realmente Carmen Cara. Es la hija de los dueños del restaurante ‘Seis Peniques’, en el barrio del Realejo. Su magia, explica, se debe a que «llevo años al pie del restaurante haciendo la propaganda para que los turistas se queden a comer aquí y, claro, he aprendido a diferenciarlos. Reconozco de dónde son por sus rasgos, por las pintas que tienen, por las guías que llevan y detalles así», explica.


Meli es capaz de explicar en francés, inglés, alemán, italiano y japonés «que el restaurante es de mi familia», «que sale recomendado en muchas guías turísticas», «los precios de los menús, de qué están compuestos, las bebidas y que si no les gusta les devolvemos el dinero. Y además lo hago perfectamente».

Tan tan tan bien debe hacerlo Meli que se ha visto envuelta en mil y un anécdotas porque los turistas, una vez convencidos de las delicias que les esperan en la mesa del ‘Seis Peniques’ y convencidos de que Meli habla su idioma perfectamente, le preguntan mil y una cosas «de las que yo no entiendo nada de nada», se ríe estruendosamente.

Meli lo soluciona con retranca y experiencia. «Siempre preguntan lo mismo: información turística sobre la ciudad. Así que cuando me dicen algo me planto ante su mesa sonriendo a la espera de cazar alguna palabra y responderles. Por ejemplo, si dicen ‘shopping’ (ir de compras) les digo en perfecto inglés los horarios, las tiendas de artesanía o los grandes almacenes».

El relato de Meli es interrumpido por una de las camareras, que ríe pícara desde hace un rato, pendiente de la entrevista. Tiene su explicación. «Es mi cuñada. Se llama Totta y viene de Islandia. Yo misma le convencí la primera vez para que entrara a probar nuestro menú para universitarios, y como estudiaba en el Centro de Lenguas Modernas, vino mucho hasta que se casó con mi hermano. Y se ríe porque ella sí, ella sí que habla idiomas. En estos países modernos, lejanos y pequeños, hablan todos los idiomas de Europa».

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